miércoles, 12 de septiembre de 2012

Prácticas con Aurelio


Corría el siglo pasado y 109 alumnos de 2º curso de enfermería esperábamos nerviosos e ilusionados conocer nuestro destino de prácticas, ese primer contacto con el paciente, esa posibilidad de aprender y aplicar los conocimientos adquiridos en esos dos años.

Lo tenía claro: quería un servicio especializado, un quirófano, una uci, unas urgencias; de ninguna manera esas plantas de medicina interna donde se acoplaban enfermos de edad avanzada.

Recordé aquellos ocho años de la extinguida E.G.B. en la que  cada curso escolar recibíamos la visita del cura del barrio que nos hablaba del hambre que pasaban los negritos en África y sorteaba veinticinco pegatinas del Domund entre los veintiocho alumnos. En esos ocho años jamás me toco una de esas pegatinas, no sé si era mala suerte o le caía mal al párroco. ¿Repetiría esa mala suerte?

Oí mi nombre y seguidamente mi destino: medicina interna.

Después de conocer los destinos nos entregaron un ridículo y pueril cuadernillo de prácticas donde a diario debíamos registrar una serie de ítems.

Encabronado empecé ese primer día de prácticas. Primera tarea: toma de tensiones arteriales a unos treinta abuelos; llevaría unas veinte cuando entré en una habitación ocupada por un solo paciente, Aurelio, de 87 años, apodado “el bolas”, cabeza redonda con calva reluciente, demenciado ,incontinente fecal y urinario, permanecía ajeno a mi conversación mientras le tomaba la tensión, con sus manos metidas por dentro del pañal alojadas en el culo. No había finalizado cuando, sin darme cuenta, saco su mano izquierda del pañal y me propinó una autentica ostia en la cara. Grité como una niña pequeña, lo que alertó al personal que acudió de inmediato. Lo peor no fue el bofetón si no su acompañamiento, una bola de mierda que perdió su forma al comprimirla entre mi cara y su mano.

Al llegar a casa registré a lápiz, con la finalidad de posteriormente borrarlo, en mi cuadernillo de prácticas: “Querido diario: hoy un anciano demenciado me ha enseñado que todo lo que he aprendido hasta el momento en enfermería es literalmente una mierda y que en enfermería la cosas se aprenden también literalmente a ostias, y todo ello en menos de un minuto”.

No recordé borrar ese comentario y la respuesta de la profesora no tuvo desperdicio: era un alumno troglodita y la formación había que buscarla. Le hice caso y desde ese momento dejé de asistir a su clase para buscar la formación en el único profesor digno de mi respeto: Aurelio, el bolas.

Jamás pensé que la mierda marcaría tanto mi destino profesional, en sentido abstracto y literal.

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