miércoles, 10 de octubre de 2012

Con el hijo de Winnie de Pooh caducó mi don


Alardeaba de mi don, de mi virtud. Llegó a tal nivel de perfección, que hacíamos apuestas, y en honor a la verdad he de decir que más de un café me ha salido gratis gracias a él.

Tenía el don cuasi divino de la memoria visual. Por aquel entonces realizaba las revisiones y curas postquirúrgicas de los pacientes intervenidos en este hospital. El primer día que acudía el paciente a la consulta, su cara y el tipo de cura quedaban automáticamente registrados en mi mente, de manera que, en las sucesivas visitas, con solo ver su cara sabía que cura le correspondía y así paciente tras paciente.

Aquel día, los quince o veinte pacientes de rigor esperaban su turno de cura, momento que coincidía con el inicio de la apuesta. “Hoy nos jugamos los desayunos de toda la semana”, exclamé. Al mismo tiempo un compañero anotaba mis indicaciones: “El del bigote: cura en hombro derecho; la señora de rojo: cura axila; el abuelo de negro: cura hernia inguinal…”. Así uno tras otro, la apuesta era todo o nada.

Hasta que llegué a él. Aquel paciente bien podía ser el resultado del cruce del osito Winnie de  Pooh  con una oso ewoks: cara afable con poblada barba, cuerpo voluminoso redondeado y los bracillos, sin lugar a dudas, herencia de su madre ewok, cortillos y pegados al cuerpo.  Este, en concreto, cura de sinus pilonodal: un quiste donde empieza la raja del culo que requiere de drenaje y escisión quirúrgica. Al entrar  a la sala me entregó el informe y me comentó: “Vengo a la cura de…”. Inmediatamente lo interrumpí: ”Ya lo se”.

M. Y. I.: “No hace falta que me digas nada padre mío tengo el don cuasi divino.

Al aproximarse a la camilla hizo un gesto con sus mini-brazos, que yo interpreté como de bajarse el  pantalón para dejar al descubierto la cura;  decidí por mi cuenta, y sin previo aviso, ayudarle en esa ardua tarea (y es que sus brazos difícilmente llegaban a su cintura), para lo que cogí de una vez pantalón de chándal y calzoncillos incluidos y se los bajé de un tirón. Dejé al descubierto un gran culo blanco nacarado sin rastro de apósito que cubriese la herida, ni tan siquiera rastro de herida.

Al mismo tiempo que el paciente se giraba el pantalón por la rodillas le preguntaba: “¿Dónde está la herida?”. Una voz temblorosa salió de su cuerpo: “Es una herida en la cabeza no en el culo”.
Con aquel hijo de Winne de Pooh me dí cuenta de que mi don había caducado sin posibilidad de recuperarlo. Nunca más volví a ver aquel paciente por el hospital o quizás sí, como ya no tengo mi don no lo pude saber. La única esperanza que me queda es que también caduque el de mi supervisor que tiene el don de darme continuamente por culo.

4 comentarios:

  1. juasjuasjuasssssssssss.....no me extraña que no volviera, se debió quedar a cuadros cuando para la cura de la cabeza había que bajarles los pantalones...Así que ahora nada de apuestas! Saludos!

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    1. Noelia nada d don y por supuesto nada d apues
      tas jaja. Saludos.

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  2. Jajajajajajaj un poco mas y le haces un 2x1 jijijiji

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