jueves, 4 de octubre de 2012

La culpa la tiene Colombo

No tendría más de 40 ni menos de 30 años, lo que si estaba claro  es que rompió  la tranquila madrugada de una guardia en un ambulatorio de un pueblo cualquiera.

Violentamente aporreaba la entrada cerrada, hizo caso omiso del gran cartel: “toque el timbre”.

Medico, técnico y yo nos despertamos casi a la vez, sobresaltados. Se identificó como guardia civil a la vez que nos mostraba su placa y, para dar mayor veracidad a su testimonio, nos dejó ver como el que no quiere, su arma que prendía del cinturón de su pantalón.
En breve va acudir un alto cargo político para qué lo atendáis. Exijo máxima discreción, no se podrá, en ningún momento, revelar su identidad y para asegurarme de ello os requiso vuestros teléfonos móviles”. Yo se lo entregué sin más dilación, técnico y médico se opusieron pero pronto cedieron ante la insistente, autoritaria y casi violenta voz del picoleto.

Pasaban los minutos y como el mejor guión de película americana el guardia civil permanecía apostado en la puerta principal, con su mirada más que fija perdida en la oscuridad de la noche y con su mano dominante apoyada en la cacha del revolver lo que, sin duda, le confería mayor autoridad.
A mi yo interior (M.Y.I.) no le gustaba, quizás presa del miedo, que raro parecía, su pelo rozando la indigencia, despeinado, pringoso y aleatoriamente decorado por  trazas blancas de caspa, su ropa desaliñada, ese olor a oso tras la hibernación, esos dedos índice y medio teñidos de amarillo nicotina. El técnico conductor de ambulancia se alió con M.Y.I.: “Este tío no es un policía, esta zumbado”.

Pero yo pensaba en ese detective de homicidios de la policía de Los Ángeles: El teniente Colombo, un auténtico sabueso, desaliñado, capaz de resolver cualquier caso, cuyo perfil se asemejaba al de nuestro inoportuno visitante.
M.Y.I.: “Este es Colombo, hombre, tranquilo”.

Los rotativos azules de un vehículo de la guardia civil que se aproximaban  dieron por zanjadas mis dudas miré al técnico y le dije : “Incrédulo este hombre es como Colombo, una máquina policial”.
Un hombre de pelo cano acompañado por dos guardias civiles irrumpieron en el consultorio, el primero se abalanzó sobre el picoleto de incognito y le propinó sendos puñetazos en la cara que hicieron que se desplomase. Desde el suelo, llorando y señalándonos vociferó: “Ves papá, cómo hay gente más tonta que yo”.

Durante unos largos minutos estuvimos a merced de un paciente psiquiátrico en pleno brote de su enfermedad y que había abandonado su medicación hacía días.
Qué idiota he sido, como he podido confundirlo con Colombo. Colombo nunca iba armado.

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