miércoles, 30 de enero de 2013

11 Farys, 26 Julioiglesias


En urgencias, la sala de clasificación es la consulta donde la enfermera recibe, acoge y asigna una prioridad asistencial en función de la gravedad del paciente (clasifica).

Prioridad 1 (P1): está mu malo, casi muerto.
Prioridad 2 (P2): está mu malo y puede morirse.
Prioridad 3 (P3): está malo.
Prioridad 4 (P4): está malito.
Prioridad 5 (P5): viene a urgencias a dar por culo.

Y allí me encontraba, por primera vez en esa sala de clasificación. a las 08:10 horas ya tenía varios pacientes pendientes de clasificar: un dolor abdominal, una cefalea… El acúmulo de pacientes iba creciendo de forma directamente proporcional al número de quejas de los médicos: “¿Cómo puedes clasificar un dolor abdominal con fiebre con una P4? ¿ A quién se le ocurre? blablabla…”.

Paco el celador, que llevaba trabajando aquí desde que era chiquitillo, se apiadó de mi y haciendo honor a su principal afición, la canción española, decidió echarme un cable a su manera:

jueves, 24 de enero de 2013

Un abuelo que ya descansa...


Aunque no importe la hora, eran las 3:30 horas de la madrugada. Los gritos desesperados de dos mujeres nos alertaron a todos, que salimos inmediatamente a la entrada. En la parte trasera de una furgoneta, mal envuelto entre mantas, un anciano de 93 años.

“Esta muy grave salvadlo, salvadlo”.

“No se puede morir, no se puede morir”.

En la sala de críticos el médico pudo concretar que no estaba grave, que no sufría ninguna  enfermedad, ningún proceso reversible. Lo que estaba aconteciendo era un proceso natural: la muerte. El gesto agónico del anciano había borrado de un plumazo su inicial gesto de dolor.

Y en este caso, lejos de llevar acabo un encarnizamiento terapéutico: pinchazos, sondas, analíticas, conectar a un respirador artificial… se deja que sigua el proceso natural porque no hay nada que hacer, porque ya no se puede hacer nada.

miércoles, 16 de enero de 2013

Se cómo se siente Cecilia Giménez


Pongamos que se llama Ana, que tiene 89 años, que se encuentra ingresada en un hospital que, de momento, y a día de hoy, sigue siendo público.

Ana esta mañana está más nerviosa de lo habitual, esa tarde, y después de cinco días de hospitalización recibiría la visita de sus hijas y nietas.

Cada vez que entraba en la habitación fijaba la mirada en el bolsillo delantero de mi uniforme. Lo interpreté como intentos frustrados de leer mi nombre escrito en la tarjeta identificativa que colgaba de dicho bolsillo, así que se lo dije, pero la cara indiferente de Ana me dio a entender que me confundía.

jueves, 10 de enero de 2013

La Abuela cebolla


A las 23:35 horas hace acto de presencia una abuela en camilla. La primera impresión: una abuela cebolla. Y es que mi yo interior (M.Y.I.) hace una clasificación física y psíquica de las abuelas:

Clasificación física. Es necesario aclarar previamente que las abuelas tienen el mismo fondo de armario en enero que en agosto, da igual que vayan a la conquista de la Antártida o de vacaciones al Caribe, siempre visten igual.

Buena muestra de ello es el  ingreso que nos ocupa, que en pleno agosto cumple el primer requisito para ser abuela cebolla: primera capa: una bata de Boatiné (imprescindible negra o azul marino); segunda capa: rebeca de lana negra o azul marino; tercera capa: jersey, que puede ser blanco, azul o negro; cuarta capa: combinación, viso o saya, sí, esa especie de refajo a modo de camisón; quinta capa: camiseta interior de manga larga; sexta capa: sujetador color visón (imprescindible imperdible con: medalla de la milagrosa, una llave y una medalla con el rostro serigrafiado de su difunto marido). Esta sería la versión cebolla Basic.

jueves, 3 de enero de 2013

El primer nacimiento del año


Esta Nochevieja, en turno de noche, me ha tocado encargarme de los postres, eso sí, bajo las directrices de la organizadora de la cena hospitalaria: “Sobre todo trae chocolate”.

Tras los aperitivos, los primeros y los segundos, llegó la hora de los postres. Rondaban ya las 23:15 horas, y entre turrones de chocolate, bombones de chocolate, flan de chocolate y tronco navideño de chocolate, fuimos interrumpidos por la llegada de un paciente que se auto diagnostica de infarto de miocardio: “Me muero, que tengo un infarto, me muero”.

Y es que justamente un dolor en epigastrio (en la boca del estómago) bien puede ser síntoma de un infarto o de patología más banal. Todas las pruebas diagnósticas (electrocardiograma, constantes, analítica) dieron resultados normales, excepto una. Descartado el infarto de fin de año, la radiografía de abdomen cambió el diagnóstico de dolor torácico por dolor abdominal, de infarto a mojón alojado ocupando casi la totalidad del intestino.