martes, 23 de abril de 2013

Ken


Anoche atendimos en urgencias unas cejas perfiladas, unas orejas adornadas por sendos pendientes de diamante o imitación, numerosos tatuajes de letras chinas, un caballo alado, un dragón… dibujado todo sobre unos músculos tonificados,  posiblemente esculpidos por Miguel Ángel, rociados por un perfecto y  dorado bronceado sospechoso para esta época del año, y todo ello, pegado al más puro estilo de Mr Potato, en un cuerpo inconsciente con una frecuencia cardiaca de 150 pulsaciones por minuto (lo normal de 60 a 80), unas  pupilas midriáticas (dilatas), síntomas que a priori hacían sospechar de un pasote de coca y/o similares.
 
Nos lo traía la ambulancia UVI móvil envuelto en la manta térmica, la típica manta dorada que vemos cubriendo los cuerpos inertes en los accidentes de tráfico. Pero más que un paciente, parecía Ken, el novio de Barbie, envuelto en papel de regalo.

Ante este paciente, MYI (mi yo interior) y yo  nos vimos obligados a hacer lo primero que hay que hacer en estos casos: avisar a mi compañera Encarni. Encarni fue abandonada por su novio después de siete años de relación, y con un piso de tres dormitorios, zona comunitaria con piscina y muebles, de los buenos por supuesto, pendientes de estrenar. 

viernes, 19 de abril de 2013

Mi primer fallo profesional


Cuarto día de trabajo y sobre mis espaldas una experiencia profesional de tres. Aún no asimilaba los diferentes protocolos, procedimientos y demás menesteres de esa dichosa unidad de cirugía donde me estrené. Aquello era mucho pedir a un recién diplomado enfermero.

Pero eso no era lo peor. Mi infierno particular era mi nueva compañera, una perra mala del infierno, cuya única finalidad era putearme a base de bien. No me molestaba que continuamente me examinase, no me importaba que me dejase en ridículo ante pacientes y familiares, incluso soportaba su desagradable voz de pito, parecida al silbido de delfín Flipper. Lo que peor llevaba era esa especie de hobby: me hacía oler todo debido a que ella no tenía olfato, según me comentó, por una determinada enfermedad.

miércoles, 10 de abril de 2013

Semáforo rojo


Aquel nuevo destino profesional, a unos 60 kilómetros de distancia, nos exigía compartir vehículo. Siempre que me tocaba conducir a mí, la pregunta era  la misma: “¿Por qué te paras a tanta distancia del semáforo en rojo?”. Y es cierto, veía el semáforo en rojo y casi instintivamente frenaba exageradamente antes, incluso a unos cien metros antes de lo habitual.

Ese día, tras la ya casi obligatoria y protocolizada pregunta, me dispuse a sincerarme.
Para lo cual tendría que remontarme a diciembre de mil novecientos noventa y tantos. Aquella mañana fría y después de un turno de noche, me dieron la buena nueva: yo cobraría mi paga extraordinaria al igual que el resto, y por primera vez en mi vida.